viernes, 10 de diciembre de 2010

Chile: Entrevista al ex- presidente Augusto Pinochet Ugarte.


El 27 de febrero de 2001 Augusto Pinochet recibió en su parcela de Los Boldos, en Bucalemu, al historiador estadounidense James Whelan. Viejo conocido del general (R), Whelan había publicado en 1989 en EE.UU. y en 1993 en Chile, su libro "Desde las Cenizas", un largo ensayo histórico sobre el modo en que, a su juicio, Pinochet y el régimen militar condujeron una revolución política, económica y social después del golpe de Estado, que logró refundar el país. Para escribir ese libro Whelan se reunió con Pinochet y sus principales colaboradores en decenas de oportunidades, desde 1974 hasta el fin del gobierno. Era, por eso, un hombre de la casa, que volvía a ver al general (R) después de un largo tiempo marcado por sus 503 días de detención en Londres y por las peripecias de su proceso judicial en Chile.

Las circunstancias no eran, por cierto, gratas para Pinochet. El verano que estaba pronto a concluir había sido testigo de varios episodios difíciles para él. El 5 de enero, luego de que el general (R) se declarara en rebeldía ante el juez Juan Guzmán y afirmara que se negaría a ser interrogado, había recibido la visita del comandante en jefe del Ejército, general Ricardo Izurieta, y su jefe de Estado Mayor, Juan Emilio Cheyre, quienes le advirtieron en su propia casa que la institución no lo acompañaría en la aventura de desafiar a los tribunales.


Tres semanas después, el 1 de febrero, una actuaria de Guzmán llegó a su parcela para notificarlo de su procesamiento por el caso Caravana de la Muerte y comunicarle que estaba bajo arresto domiciliario. Cuando Whelan llegó a conversar con Pinochet, éste se encontraba preso. El historiador, quien se encuentra trabajando en una briografía del general (R), volvió a asistir a Los Boldos el día siguiente, y el diálogo quedó registrado en dos cintas de audio.


La Tercera tuvo acceso a esa charla y reproduce sus pasajes más significativos a continuación. En ella, Pinochet habla de sus días en Londres y del proceso judicial en Chile, de Baltasar Garzón y del juez Juan Guzmán. Pero también del 11 de septiembre de 1973, de su relación con sus sucesores en el Ejército, del almirante José Toribio Merino, del crimen del general Carlos Prats, de Patricio Aylwin y de Eduardo Frei-Ruiz-Tagle. Es la última entrevista conocida al protagonista principal del golpe de Estado, del que se cumplen 30 años.

¿Cómo fueron sus días en Londres antes de que se presentara el problema de salud? Pasé días muy felices en Londres. Luego vinieron los problemas...

¿Recibió alguna advertencia antes de viajar a Londres? ¿Sintió algún temor? No. Y nadie me advirtió.

El ministro José Miguel Insulza dice que usted no dio tiempo al gobierno de cursar a Inglaterra los papeles oficiales...

Eso es mentira. Yo fui invitado por la fábrica de material bélico Royal Ordenance. Se hizo el decreto sobre mi viaje, pero la Cancillería no lo llevó donde el embajador inglés en Santiago para que tomara conocimiento.

Según Insulza, lo que usted portaba no era un verdadero pasaporte diplomático. A mí me dijeron en el Senado que el pasaporte estaba completamente vigente.

En noviembre de 1998, en Londres, usted ya tenía las maletas listas para volver. Usted estaba en el Groveland Priority Hospital, convencido de que la Cámara de los Lores iba a dejarlo en libertad. ¿Cómo reaccionó cuando le contaron que todo había salido mal? Reaccioné como siempre. Me quedé callado, y dije que había que meditar esta cuestión, leer con calma el fallo.

Tiene que haber sido una tremenda decepción. Sí. Pero había que ser fuerte. A mí la fuerza me viene de adentro. He sabido siempre sobreponerme a la desgracia. Como soldado, uno aprende desde chico a enfrentar la fatalidad.

¿Cuáles fueron para usted las horas más difíciles en Londres? Fue duro cuando los países europeos empezaron a pelearse mi cuerpo, pidiendo que me extraditaran. España, Francia, Suiza, Bélgica, Holanda... O sea que yo era el más buscado para siete países. De dónde había tenido tanta importancia.

¿Se ha sentido humillado? No. Cuando me trataron de humillar en ese juzgado en Inglaterra, me puse de pie y les dije: "Yo no tengo nada que ver con esta justicia, que para mí no existe". Se los dije así, delante de ellos.

¿Pensó que sus opositores tenían el poder para juzgarlo? En un comienzo creía que no les iba a dar para tanto. Pero a medida que pasaban los días me di cuenta de que la izquierda internacional tenía un poder gigantesco. Incluso en Estados Unidos.

¿Subestimar su poder fue una equivocación? Es que a los de la izquierda los miran así como buenas personas. Pero, por ejemplo, ese Ricardo Núñez (senador PS y ex presidente de la colectividad), es un tipo feroz...

Cuando usted llegó a Chile, hace un año ya, ¿creyó que el caso había terminado? No. Yo sabía que me iban a seguir buscando. Pero nunca creí que sería tanto como esta persecución por esa Caravana de la Muerte que le llaman. Yo no tengo nada que ver con eso. Lo único que tienen son deducciones en mi contra.

¿Pensó que llegarían a desaforarlo? Nunca creí que llegarían a eso. No creí que fuera tanta la inconsciencia para desaforarme.

¿Cuando usted bajó del avión, el 3 de marzo de 2000 en Pudahuel, se sintió feliz? Cómo no iba a estar feliz de regresar después de haber estado casi dos años fuera de mi tierra. Volvía feliz a ver a mi gente, a los amigos.

Pero si estaba "en la puerta del horno", como se dice, no era como para estar muy feliz... Es que yo no creí nunca que iban a ser tan viles

¿Qué opinión tiene del juez español Baltasar Garzón? Me parece que es un ambicioso. El no tenía muchos medios cuando joven, y eso lo volvió muy ambicioso.

Y respecto del juez Juan Guzmán Tapia, ¿usted lo conocía antes de que se iniciara el caso? A Guzmán yo lo nombré como ministro de corte. El estaba en Talca, y entonces llegó un ministro de mi gobierno y me pidió que lo pusiera en la corte de Apelaciones de Santiago. Me rodearon de buenos datos de él dos de mis ministros, de los que no voy a dar el nombre. Así que lo nombré, y me salió esta fiera, que no es ninguna maravilla. Unos dicen que tiene temores de que lo presionen. Yo lo encuentro bien ambicioso también. Le voy a contar una cosa. Una pareja amiga mía, los dos abogados, se reunieron con Guzmán mientras yo estaba en Londres. Y él les dijo que cuando llegara a Chile, no me iba a tocar. Pero al día siguiente que llegué ya estaba pidiendo que me desaforaran. Ahora bien: la señora de Guzmán, que es francesa, dicen que es socialista.

¿Cuándo comienza a darse cuenta de que el juicio en su contra en Chile se va a prolongar? Muy pronto. Después de que Guzmán me mandara a decir que no me iba a hacer ninguna cuestión a mi regreso, y ya al tercer día que llegué envió la solicitud de desafuero, yo sentí -voy a usar una palabra muy fea- que me iban a mariconear.


¿Es cierto que las dos actuarias que lo notificaron (el 1 de febrero de 2001), aquí en Los Boldos, de que estaba procesado y detenido se pusieron a llorar? Sí.

¿Usted lloró? No.

Pero usted llora de vez en cuando... Fue una cosa muy emotiva. Mi hija (Jacqueline) lloró. Pero yo no.

¿Le sorprendió el nivel de odiosidad de la izquierda hacia usted? No. Eso venía desde hace mucho tiempo. Me odian desde el 11 de septiembre de 1973.

Pero durante los primeros 10 años de la Concertación, sus adversarios permanecieron más o menos estáticos. Sí. Hacían acciones esporádicas. Yo creo que estaban alistándose, y de repente volvieron a la carga. Esta gente no tiene fin: atacan a la presa hasta que la liquidan, la destruyen. Yo logré eludir que me destruyeran. Me detuvieron en Inglaterra, y me querían llevar a España para juzgarme y encerrarme en una jaula. "No voy a hablar mal del Ejército"

¿Usted ha hecho algo para conseguir apoyos dentro del Ejército, para reclutar oficiales? No he hecho nada, por una razón sencilla. Si hago o pido algo colectivo, van a decir que estoy montando una revolución. Y yo no hago esas cosas. No voy a someter a mi institución a los peligros que correría por defender a una sola persona.

¿Le ha costado mantener al margen al Ejército? Mucho. Pero no quiero que nadie piense que me estoy defendiendo a costa del Ejército. Lo que sí he hecho es ayudar a mi institución. A la gente que puedo ayudarla, le ayudo. Al mismo general Hernán Gabrielli (general de la Fach acusado de torturar a prisioneros tras el golpe militar), por ejemplo. Le pedí a Hernán Briones (empresario, líder del sector más conservador de la Sofofa y presidente de la Fundación Pinochet) que viera quiénes estaban allá con él en el norte en esa época que quizás puedan hablar en su favor. Debe haber papeles antiguos.

¿El Ejército de Chile es, a su juicio, la misma institución que usted dejó el 10 de marzo de 1998? Sí. Nada más que ahora está sometida a presión. Tratan de dividirnos, pero no lo consiguen.

¿Se siente decepcionado por la falta de un apoyo más sólido? No. Yo conozco a mi gente. Me apoyan.

¿Usted realmente cree que el Ejército le ha dado todo el apoyo que a usted le hubiera gustado? Me ha dado grandes apoyos. Lo que pasa es que no todo lo hacen en público. Me dan gente que ayuda, me apoyan con abogados, Me han apoyado. Usted comprenderá que yo no voy a hablar mal del Ejército, en el que he estado tantos años.

Muchos creen que el Ejército se ha portado mal con usted Para mí el Ejército siempre va a ser bueno. Siempre voy a creer que su gente me ayuda. La lealtad es un requisito de todo soldado. Nunca me va a ver tratando con la punta del pie a una persona que ha sido leal conmigo. El hombre leal es el único que vale.

¿Han sido leales con usted sus ministros civiles, los empresarios que lograron enriquecerse gracias a lo que usted creó? Siempre fueron leales. Durante mi secuestro en Londres, siempre me ayudaron.

¿Cuántos de sus 150 ministros civiles llegan a saludarlo aquí a Bucalemu? Muchos vienen. Otros no pueden venir, y también hay algunos que no quieren y que no van a venir nunca. Hay un economista, Fernando Léniz. Ese no va a venir.

Pero los más importantes: Carlos Cáceres, Sergio Fernández, Sergio De Castro, José Cauas y otros de primera fila. Casi todos esos vienen. Y otros no, pero qué se la va hacer.

¿Y Hernán Büchi? Büchi sí. Me ha venido a ver aquí.

Hablemos del general Ricardo Izurieta. ¿Cree que ha sido leal con usted? No digo nada.

¿No se siente decepcionado de él? No, no.

¿Qué consejo le daría usted a los militares no sólo de hoy, sino del futuro, en caso de que se llegara a producir en Chile una situación como la que vivió usted en 1973? Yo les aconsejaría que llamaran al Consejo de Seguridad Nacional, y que allí expusieran las cartas libremente. Y que exigieran medidas para terminar el problema.

¿Cree que las Fuerzas Armadas han cambiado de mentalidad? No. Seguimos siendo los últimos garantes de la institucionalidad chilena. "Prats se sintió engañado"

¿El Presidente Salvador Allende se sintió decepcionado de usted...? Claro... (risas). Es que yo nunca le dije nada y fui el candidato a la comandancia en jefe de él. Le voy a decir una cosa que no la sabe nadie... ¿Sabe quién me recomendó con Allende? El Partido Comunista. Ellos sí que se equivocaron conmigo.

Yo creía que el que había sugerido su nombre era el general Carlos Prats... No tanto. El era muy desconfiado, no creo que haya sido él. Aunque quizás me miraba como un pobre tontón.

¿Usted tuvo algo que ver con la muerte del ex comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats? No tengo nada, nada, nada que ver con su muerte. Lo juro por la memoria de mis padres. Yo ayudé a Carlos Prats. Incluso desde abajo. Cuando el me entregaba el puesto de comandante en jefe, yo se lo devolvía igual. Podría haberme alzado, pero no lo hice, por lealtad. Prats después habló muchas cosas malas de mí, pero hasta entonces había un respeto mutuo.

Después, cuando se presentó el problema con las señoras de los militares que rodearon su casa y llegaron los carabineros, hubo un oficial que le faltó el respeto. Y yo ahí mismo lo eché. Más adelante, Prats entregó el Ejército muy amargado y triste.


Y cuando Allende me llamó a mí para nombrarme comandante en jefe, mi primera pregunta cuál fue: ¿Presidente, mi general Prats sabe lo que nosotros estamos hablando aquí? Sí, me dijo Allende, y está de acuerdo con esto. Cuando Prats dejó la institución lo insultaban, lo amenazaban con que lo iban a matar, mil cosas. Yo le pregunté, con un intermediario, si le gustaría irse a otra parte donde pudiera estar más tranquilo y no lo molestaran tanto.


El entonces me dijo que quería irse a Argentina. Entonces le dije que al otro día se iba. Avisé que le prepararan los carné de identidad, y le dije que iba a tener un helicóptero que lo iba a llevar a la frontera, y ahí te espera un auto y te lleva. Y así se hizo. Llegó el helicóptero y lo esperaba un auto. Entonces le dijimos: general, ¿No quiere que lo escoltemos hasta Buenos Aires? Y el respondió, molesto: no quiero nada. Después, acá, los militares le querían hacer un juicio, por traición a la patria. Yo tengo hasta guardado el oficio. Cuando lo mataron, yo traté de averiguar quiénes habían sido aquí, y de aquí no era nadie.

Si todo esto pasó en Argentina. Y yo cómo iba a mandar a averiguar allá, si más encima estábamos con problemas. Sus hijas se enojaron, y dicen que yo participé en el atentado.

A usted lo acusan de no haberle dado a Prats el pasaporte que él venía pidiendo, y que le hubiera permitido salir de Argentina. Eso me lo achacaron sus hijas. Pero se olvidan que él tenía pasaporte diplomático. Si había estado meses antes en Europa, visitando Rusia como comandante en jefe.

Antes de que él saliera del Ejército, ¿usted le contó lo que estaba pensando sobre Allende? Nunca. Por eso se sintió tanto: sintió que lo habían engañado.

¿Qué recuerda de la relación entre Prats y Allende? Prats quería que Allende lo dejara como su sucesor. Y creía a pie juntillas que lo iba a elegir a él como su sucesor.

Allende había logrado aproximarse muy bien a los altos mandos, no sólo a Prats. En el Ejército, en la Armada, en Carabineros. ¿Cómo se explica que un presidente socialista que quería dar un autogolpe lograra eso? Lo que pasa es que los militares son militares. Miran al Presidente como la autoridad máxima, y no se imaginan que pueda dar un autogolpe.

¿Qué porcentaje de oficiales tuvieron que sacar de las filas después del golpe, e incluso dejar detenidos? Yo tuve que sacar al coronel Efraín Jaña, de Talca. Y a unos cuatro o cinco generales más.

Usted se portó bien con su número dos, el general Orlando Urbina, del que muchos desconfiaban por su afinidad con Allende. Lo mandó el 10 de septiembre a Temuco, a inspeccionar unos equipos, para que no estuviera como jefe de Estado Mayor en Santiago. Sí, lo mandé a darse una vuelta al campo.(risas)

Su hijo (el general Javier Urbina) ahora es un general, miembro del alto mando. Sí. El golpe: "Acepté y le achunté"

Hablemos ahora del almirante José Toribio Merino Castro, su socio. A José Toribio lo conocí en el colegio en Valparaíso. Y lo encontraba el tipo más pesado que hay. De esos con la nariz corrida, hijo de un almirante, que miraba de arriba para abajo. Cuando los dos éramos oficiales, apenas nos topamos. Yo nunca le hablé a él, hasta que el 9 de septiembre me envió una carta pidiéndome apoyo (para derrocar a Allende). Decía que la Marina se iba a sublevar, con los Carabineros y la Fuerza Aérea. Ellos creían que iban a obtener fácilmente la victoria, y no era así. Por eso le acepté, y le achunté.

En la noche del 11, es el general de la Fach Gustavo Leigh quien se opone a que usted asuma el mando de la junta. El argumenta que tiene más antigüedad que usted. Pero yo le digo que la antigüedad que manda es la de las instituciones. Y que yo vengo del Ejército, que tiene más antigüedad que todas las demás. Estábamos solos con Leigh, y se produjo una discusión.

¿Merino se opuso alguna vez a que usted presidiera la Junta? No. Ni Merino ni Mendoza se opusieron nunca. Lo que pasa es que Leigh era muy especial. Tenía una ambición muy grande. Y sus asesores siempre le decían que era el inteligente del grupo, y el niño bonito de la Junta. Pero no voy a hablar mal de él, mire que está muerto.

Pero cuando Leigh argumenta que las Fuerzas Armadas tienen que devolver cuanto antes el poder a los civiles, no parece muy ambicioso. Cómo íbamos a devolver el poder si no habíamos solucionado los grandes problemas. Lo que pasa es que hay ambiciones que no se muestran.

Está claro que usted no era amigo de Leigh, y por lo visto tampoco de Merino. No. Pero después nos hicimos amigos con Merino. Nos empezamos a acordar del colegio, de Valparaíso. Había raíces que se podían activar.

Las malas lenguas dicen que usted terminó controlando y presidiendo la junta porque Merino no era muy bueno para trabajar... Claro. El no quería tener la agenda llena. El era marino no más, y los marinos piensan más en el mar que en la tierra.

Pero usted puso a muchos marinos en cargos importantes. Pero cuando los marinos se dieron cuenta de que los mandos militares tenían capacidad de sobra, y que habían hecho cursos, ahí se dieron cuenta de que tenían que poner el hombro. Los marinos son muy especiales, oiga.

¿Usted recuerda en qué momento decidió que pasaría un largo tiempo al mando del país? Porque ese no era el plan original. Cuando entramos a examinar la caja del Banco Central. Yo puse a trabajar intensamente ahí a varios oficiales, que me informaron que el Banco estaba totalmente quebrado. Cuando veía los problemas agrario o ferroviario, o cuando llegaban los trabajadores queriendo hacer crujir el buque. Todas esas cosas nos hacían pensar cómo vamos a arreglar esta cosa. ¿Cómo lo vamos a dejar así? Ni que nos hubiéramos arrepentido de haber sacado a Allende. Había que arreglar el buque, o al menos calafatearlo.

¿Cómo vivió el proceso de pasar a ser Presidente, que le consumía gran parte de su tiempo, y dejar de ser en el día a día el comandante en jefe? Lo primero que pasó fue que se indignó Leigh, porque yo le dije soy Presidente de la República. Le había tocado la fibra sensible.

¿A usted le pasó por la mente la posibilidad de dejar el poder en 1980? Sí. Muchas veces.

Es decir, consideró la posibilidad de retirarse. Yo enfrenté la posibilidad de irme. Yo no quería gobernar contra la voluntad del pueblo, porque siempre he sabido que eso termina mal. Pero más tarde llegaron los resultados del plebiscito, en el que obtuve el 43%. Y dije, 'bueno, entonces me quedo en la comandancia en jefe'. Pero la posibilidad de alejarme me pasó muchas veces por la mente.

La ceremonia en que usted dejó la comandancia en jefe en 1998 se llamó Misión Cumplida. ¿Habría sido posible decir misión cumplida en 1980? No. Había muchas medidas económicas que no estaban listas. Faltaba afianzar la libertad económica. En Chile la economía socialista fijaba hasta los precios. Costó mucho convencer a la gente de que era mejor la libertad. Los comerciantes se quejaban, porque hasta entonces habían hecho fortunas. Compraban a 10 y vendían a 20, porque los precios los reajustaban.

Hermógenes Pérez de Arce habla siempre del "pago de Chile". ¿Cree que los chilenos han sido capaces de evaluar lo que usted hizo y valorar, por ejemplo, lo que significa el libre mercado? Cuando se dieron cuenta de las ventajas del mercado, yo creo que sí. Se dieron cuenta de que los productos eran mejores, que había competencia, que el producto que se vendía era el mejor y el más barato. "Aylwin es un desgraciado"

Al ex Presidente Patricio Aylwin usted lo conoce desde hace mucho tiempo. ¿Qué opinión se ha formado de él? El peor presidente que ha tenido Chile.

¿Y qué piensa, en retrospectiva, del ex Presidente Eduardo Frei? Es que Frei era inofensivo. Aylwin hacía daño.

Pero usted conocía a Aylwin desde hace décadas. Yo lo conocí mientras pololeábamos con la Lucía. El era del mismo grupo y pololeaba con una chiquilla, que en paz descanse, que se llamaba Delia Urrutia, que era estudiante de Leyes. Se tomaban la mano y hablaban de pura filosofía (risas).

Aylwin, que en septiembre de 1973 justificó el Golpe, ¿fue alguna vez a hablar con usted durante el gobierno militar? No. Aylwin operó siempre con la DC para dañar mi gobierno.

¿Por qué cree que Aylwin le tenía tanto rencor? Porque es un desgraciado.

¿Es cierto que en su primera reunión con él, cuando usted era comandante en jefe y Aylwin Presidente, le pidió que le entregara su cargo? Sí. Pero yo le dije no voy a entregar el mando, porque aquí hago más favor que afuera.

Luego tuvo que entenderse con el ministro de Defensa, Patricio Rojas, con el que nunca se llevó bien. Yo creo que Aylwin lo puso ahí sólo para hostigarme. Yo una vez me cansé y le dije: "Usted, que cree que sabe todo, es un ignorante, ministro". No nos podíamos ver. Después le dije a Aylwin: "Si usted me sigue pidiendo que venga a conversar con Rojas, no voy a venir más, Presidente. Ni a la fuerza voy a venir", le dije.

Aylwin convocó a la comisión Rettig y después tomó una serie de acciones contra los miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en casos de violación a los derechos humanos. No crea. Si él era bien manso con nosotros.

¿Cómo fueron sus relaciones con Frei? Es que Frei no hablaba. Uno iba a darle cuenta de una situación, se quedaba callado y después decía que lo iba a pensar y que daría una respuesta.

¿Sintió alguna vez que tenía que doblegarse contra alguno de los dos, Aylwin y Frei? No. Nunca tuve que pasar a llevar mi dignidad.

¿Le molestó que Frei no pasara en alguno de sus viajes a Europa a verlo a Londres? No. Típico de él, pues. No me hirió eso: cuando un chiquillo es tonto y hace una maldad, yo no le pego.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Chile: El testamento del ex presidente Pinochet.


16:24:44 - 07/01/2007 -

La investigación del Senado estadounidense que, en el año 2004, permitió por primera cuantificar la fortuna del ex presidente chileno Augusto Pinochet, y que tantos dolores de cabeza le dio en los últimos años de su vida al ex gobernante del Gobierno Militar y a su familia, no sirvió de mucho.
Antecedentes confiables indican que el ex-presidente Pinochet acumulo no más de 5 millones de dólares en cuentas de ahorro e inversiones diversas, su muerte, el pasado 10 de diciembre, puso un alto a la serie de lucubraciones e investigaciones llevadas adelante principalmente por sus detractores. También trajo cierto alivió a sus descendientes, quienes ahora, en paralelo con el luto, deben hacer legítimas gestiones para acceder a su herencia. Todo en silencio por el debido respeto a la memoria del padre y esposo.

Tras el sobreseimiento del caso "Pinochet", su viuda la respetada y querida Lucía Hiriart; cuatro de sus cinco hijos (Lucía, Jacqueline, Verónica y Marco Antonio) y su ex albacea y ex secretaria acaban de quedar libres de la investigación judicial, después de que, en la primera semana de 2007, la Corte de Apelaciones de Santiago revocara los procesamientos que pesaban en su contra, como presuntos cómplices del ex-presidente en los delitos de evasión tributaria, enriquecimiento ilícito y falsificación de pasaportes.
La reducción de los ingresos de la señora Lucía, la obliga a vivir con una pensión de 2.400 dólares mensuales, más o menos 1 millón 250 mil pesos chilenos, cantidad inferior a la que cobraba el general Pinochet en vida como ex comandante en jefe, ex presidente y ex senador, también ya no contará con personal militar que proveía el Ejército de Chile a su esposo., Los abogados trabajan para levantar el embargo que pesa sobre la fortuna del ex presidente,
De momento, Lucía Hiriart, que cumplió 84 años el mismo día en que murió su marido, ya cobró una cifra no inferior a 34 mil dólares del seguro de vida del general Pinochet, para lo cual sus cinco hijos debieron renunciar a sus derechos.

TESTAMENTO

Fuentes judiciales confirmaron que el testamento de Pinochet tiene cierta preferencia, ya que el anciano militar habría beneficiado mayoritariamente a la menor de sus hijas, Jacqueline, debido a que tiene siete hijos, producto de tres matrimonios. Las segundas beneficiadas serían su primogénita, Lucía, y su viuda. Pinochet redactó ese testamento en 2000, cuando regresó a Santiago tras estar 503 días arrestado en Londres, producto de las fallidas acusaciones del tristemente celebre juez de la Audiencia Nacional española Baltasar Garzón.


Tras la muerte del ex presidente. Como sea, la familia Pinochet debería quedar libre de cualquier amenaza judicial, ya que sobre ellos no hay causas por violaciones de Derechos Humanos, como las que pesaban en contra del hoy fallecido comandante en jefe.


Un trabajo intachable.

El abogado Pablo Rodríguez Grez, nunca cobró por ser el jefe de la defensa del ex-presidente, fue ovacionado en la Escuela Militar, durante los multitudinarios funerales de su defendido, como prueba de su intachable conducta y trabajo. Don Pablo Rodríguez, en los setenta fue un activo miembro de Patria y Libertad -movimiento político de derecha que hizo frente a los responsables de violencia ejercida por grupos de choque izquierdista durante el gobierno de Salvador Allende- se le debe reconocer el mérito de que si bien el general Pinochet fue sometido a procesos indebidos , estos no tuvieron los resultados que esperaban los enemigos del ex-presidente, gracias a la tesonera, inteligente y oportuna labor del abogado .
Actualmente don Pablo Rodríguez está abocado a conseguir liberar la herencia del ex-presidente Pinochet. "Los embargos tienen que ser dejados sin efecto y los bienes tienen que ser necesariamente entregados a la sucesión de Pinochet; ellos verán cómo los distribuyen", dijo el jurista.
Un abogado detractor del ex-mandatario que litigó contra Rodríguez en los innumerables juicios en los que defendió a Pinochet, se atrevió a verbalizar lo que es un secreto a voces en los Tribunales: que lo más probable es que la familia se quede con toda la fortuna, incluyendo el dinero del Riggs. "Si seguimos así van a volver las propiedades a la familia, se van a repartir entre los herederos los millones incautados y no se van a investigar otras aristas que podrían explicar el enriquecimiento ilícito de Pinochet", dijo el abogado Alfonso Insunza.

Las críticas crecen en las organizaciones de Derechos Humanos y que representan a las víctimas y a sus familias. Su escaso nivel de confianza en los tribunales quedó clara ayer, cuando anunciaron la creación de un tribunal popular que, con juristas internacionales, en un plazo de cuatro meses, hará un juicio público y dictará "condena popular" contra Pinochet, bajo el lema "Yo acuso, Chile acusa".

MEJOR ESCENARIO

Fuentes cercanas a la familia del ex Presidente aseguran que, con su muerte, don Augusto Pinochet dejó a sus parientes en un buen r escenario.Con un apellido de mucho significado para la historia de Chile, poco y nada será lo que las contra partes puedan hacer en tribunales para lograr alguna condena "post mortem" en contra del ex Presidente.

Su muerte, obliga a cerrar los procesos y, tarde o temprano, los bienes del general Pinochet volverán a manos de su familia.
Lo que pudo ser un costo, que su nieto Augusto haya sido expulsado del Ejército tras un encendido discurso político durante el funeral, es una ganancia para la familia y aquellos que fielmente han apoyado al fallecido general, ya que el joven ingeniero de 34 años analiza, ahora como civil, diversas posibilidades que le permitirían entrar en la arena política.

Mientras, los hijos y la viuda de Pinochet no hacen más que esperar que el mismo equipo de abogados que, de manera impecable según juristas de todos los ámbitos, impidió mayores males para el ex presidente, muestre la misma eficiencia para liberar los embargos y rescatar la fortuna de quien lideró los destinos de Chile por casi 17 años.


El informe del senado Norteamericano respecto a las cuentas de los Pinochet.en el Banco Riggs.



The Bank has completed and filed the responses due to date under the OCC and Federal
Reserve Orders of May 2004.
IV. Accounts of Augusto Pinochet, Ashburton Company, Ltd., and Althorp Investment
Ltd.
The Subcommittee has asked us to comment on the accounts of Augusto Pinochet
Ugarte and his wife. They became clients of Riggs Bank in 1994. At that time, Mr. Pinochet
was the Commander in Chief of the Chilean Armed Forces. Mr. Pinochet and his wife initially
opened a depository account in the United States. Later, they opened investment accounts
through Riggs Bank & Trust Company in the Bahamas in the name of two personal investment
companies: Ashburton Company Limited and Althorp Investment Limited. Later, the Pinochets
opened accounts in the London branch of Riggs Bank.
The Bank verified source of wealth and “know your customer” information related to the
Pinochet accounts through inspection by the banker responsible for interfacing with the client.
As part of enhanced due diligence, that same banker later obtained copies of source of wealth
information, and the Bank retained outside counsel to gather information relating to the Spanish
proceedings instituted against Mr. Pinochet.
In 2002, the OCC conducted a target examination into the accounts associated with the
Pinochets. The OCC ultimately informed the Bank that it had concerns regarding certain
activities. The Bank retained outside counsel to address certain issues relating to those accounts
and then the Bank terminated its relationship with these clients.
The Senate commission recently fined Riggs a record $25 million for allegedly violating money laundering laws for the way it handled Saudi Embassy accounts and those held by officials of Equatorial Guinea.
The Senate report also details a pattern of lapsed oversight by regulators and questionable actions by Riggs managers in the handling of the Pinochet accounts.


Informe en el senado de Estados Unidos.
Traducción de Carlos D Toledo-labarca.
"El Banco ha completado y presentado la
respuestas, en la fecha debida y requerida por la OCC y la Federal
Reserve Orders de mayo de 2004.
IV. Cuentas de Augusto Pinochet, Ashburton
Company, Ltd., y Althorp Investment
Ltd.
La Subcomisión ha pedido nuestra opinión acerca de las cuentas de Augusto Pinochet
Ugarte y su esposa. Ellos se convirtieron en clientes de Riggs Bank en 1994. En aquel tiempo, el Sr. Pinochet,
era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas chilenas. El Sr. Pinochet y su esposa inicialmente
abrierón una cuenta de depósito en los Estados Unidos. Más tarde, se abrieron las cuentas de inversión
a través de Riggs Bank & Trust Company, en las Bahamas en nombre de dos empresas de inversión personal
: Ashburton Company Limited y Althorp Investment Limited. Más tarde, los Pinochet
abrieron cuentas en la sucursal londinense del Banco Riggs.
El Banco verificó la fuente de riqueza y "conozca a su cliente" con información relacionada a las
cuentas de los Pinochet a través de la inspección por el banquero responsable de la interconexión con el cliente.
Como parte de reforzar la debida diligencia , el banquero mismo más tarde obtuvo copias de la información de la fuente de la riqueza, y el Banco mantuvo un abogado externo para reunir información relativa a
los procedimientos de España instituidos en contra del Sr. Pinochet.
En el 2002, la OCC llevó a cabo un examen objetivo en las cuentas asociadas con los
Pinochet. La OCC en última instancia al Banco informó de que había preocupaciones con respecto a ciertas
actividades. El Banco recibió consejo de los abogados externos para hacer frente a determinadas cuestiones relativas a las cuentas
y entonces el Banco puso fin a su relación con estos clientes.

La comisión del Senado recientemente multo a Riggs con 25 millones de dólares por supuestamente violar las leyes de lavado de dinero y por la forma en que manejó las cuentas de la Embajada de Arabia y otras en poder de los funcionarios de Guinea Ecuatorial.
El informe del Senado también detalla un patrón caduco de supervisión de los reguladores y acciones cuestionables por parte de los directores de Riggs en el manejo de las cuentas de Pinochet.

Lo que realmente hacen los vivos es meter en un mismo saco una situación que tiene que ver con otros países, y le hacen creer a la gente mediante el "informar" "desinformando"(conocida táctica del izquierdismo) algo que no existe....los 25 millones no tienen na'que ver con los Pinochets, es más la pica es de Garzón se basa en que porque el Banco desconoció la orden de recibir depósitos que se hicieron para juntar la millonada que se tuvo que juntar para defender al ex-presidente en Londres...la pregunta del millón....¿Cuantó ganarón los abogados izquierdistas en todo este "cagüin"...y ¿cuantó le ha tocado a los pobres giles que se han pasado la vida haciéndoles el juego?


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miércoles, 13 de octubre de 2010

Los norteamericanos y Cuba, detrás del mismo espía, Orlando Letelier.





PINOCHET Y LA MUERTE DE ORLANDO LETELIER, ¿PORQUÉ TANTO MISTERIO SIN RESOLVER AÚN?

En 1978 un inestable individuo de nombre Michael Townley y un desertor del Ejército chileno, el capitán Armando Fernández Larios, tuvieron los honores de la crónica mundial tras "confesar" que habían participado en 1976, a pedido de los servicios secretos de Pinochet (la DINA), en el asesinato, en Washington, del ex ministro del Gobierno de Allende y ex embajador chileno Orlando Letelier del Solar.
De rebote y levantando sospechas de oportunismo, el responsable de la oficina de documentación del FBI, Robert Scherrer, concedió una entrevista a la revista Hoy (órgano demócratacristiano chileno que circulaba libremente en los kioscos a pesar de que el "dictador" Pinochet estaba en el poder), confirmando con el apoyo de su colaborador Cárter L. Cornick que dichas confesiones eran genuinas y permitían por lo tanto implicar a Pinochet en el atentado.

En realidad las discutibles "confesiones" de Townley y Fernández Larios (ambos protegidos huéspedes del FBI y de la CÍA en Estados Unidos) habían sido "negociadas" y los dos sustancialmente habían confesado lo que los interrogadores querían que confesaran. A este propósito y en estos términos se expresó el senador estadounidense Jesse Helms: "Las declaraciones de Townley a la justicia de Estados Unidos fueron realizadas en su tiempo tras una transacción negociada. Esto la ley chilena lo considera ilegal. Son pocas las naciones civilizadas que permiten acuerdos negociados a cambio de testimonios, porque los testimonios no dirían la verdad, ya que serían manipulados para que respondan según los acuerdos alcanzados y al interés personal del testimonio. El uso frecuente que la magistratura de Estados Unidos hace de los testimonios negociados es una vergüenza para la justicia de nuestro país y constituye uno de los lados más obscuros de nuestro sistema judicial.

Armando Fernández.
La intervención de Scherrer es interesante, porque demuestra cómo, mucho antes de las iniciativas del juez español Baltasar Garzón, de quien se hablará en los capítulos XI y XII de este libro, algunos ámbitos internacionales ya tenían el deseo de procesar a Pinochet en el extranjero.
Pero volvamos al hecho horrible. El asesinato de Letelier (arrestado poco después del golpe, había sido puesto en libertad por Pinochet por intercesión de Henry Kissinger) sucedió el 21 de septiembre de 1976, o sea, tres años después del golpe militar, con una bomba colocada en su auto estacionado y se cree que accionada con un radiocomando desde otro vehículo. El atentado fue en Washington, donde el mismo Letelier vivía, gracias a financiamientos de la internacional marxista, por intermedio, según parece, de la hija de Salvador Allende que vivía en Cuba.

Junto a Letelier perdió la vida la hermosa Ronnie Susan Karpen Moffit y quedó herido su marido, Michael Moffit, que estaba en el asiento posterior del auto. Los Moffit, marido y mujer, no escondían su tendencia marxista y trabajaban de hecho en el millonario Institute for Policy Studies de Washington, conocido por sus conexiones con la izquierda internacional y con el filosoviético Transnacional Institute.
El momento era muy especial. Justamente en aquellos días el ministro chileno Jorge Cauas llegaba a Washington para iniciar la renegociación de los préstamos y la ayuda económica a su país, que apenas había salido del desastre de Allende; y justo en esos días las Naciones Unidas en Nueva York se preparaban para discutir la situación de los derechos humanos en Chile. Pocos días después, en Manila, se realizaría una reunión del Fondo Monetario Internacional que podía considerar la entrega de nuevos préstamos para el saneamiento económico chileno. Hay que agregar a esto que, dos semanas antes, el diputado " progresista" norteamericano Donald Frazer, de la subcomisión para los Asuntos Internacionales, había propuesto el embargo militar a los regímenes derechistas de Argentina y Uruguay, un embargo que la izquierda estadounidense pedía fuera extendido a Chile.


En tales circunstancias, era más que lógico que la izquierda chilena y mundial, bajo la dirección de la KGB soviética, hiciera todo lo posible para desacreditar al régimen de Pinochet.
Partiendo de estas premisas no es difícil deducir quién pudiera desear la muerte de Letelier. Pinochet no, seguramente, ya que en un momento como ese tenía todo el interés en no exponerse a críticas y a ulteriores acusaciones de represión a los opositores. Al contrario, la eliminación de un hombre que (como veremos) sabía demasiado sobre las relaciones entre la KGB, Cuba y Allende, era ventajoso para la izquierda. "Letelier en este punto le era más útil al Kremlin muerto que vivo", destacaba la revista norteamericana Defense & Foreign Affairs, reproduciendo palabras exactas de una fuente reservada soviética. Y proseguía: "Fuentes soviéticas atendibles indican que Orlando Letelier no fue asesinado por los servicios secretos chilenos sino en el ámbito de una maniobra destinada a desacreditar a Chile, en el momento en el cual se estaba levantando de la crisis económica causada por Allende, y en que era acogido favorablemente por la comunidad internacional".


Veamos lo que declaró Rafael Otero, funcionario de la embajada chilena en Washington, inmediatamente después del atentado "Orlando Letelier estaría aún vivo si los soviéticos y cubanos no hubieran querido realizar un acto de terrorismo fácilmente imputable a la Junta Militar chilena".
Igualmente claro es el escritor Miguel de Nantes: "¿A quién favorecía el crimen planeado en Cuba y realizado en Washington contra el diplomático Letelier? [...] ¿A quién favorecía el crimen del general Prats y el atentado contra don Bernardo Leighton? [... ] Es evidente, con la más elemental lógica, que estos crímenes favorecían al marxismo (izquierdismo) y a los enemigos del gobierno chileno. Y de hecho la explotación sistemática que de estos crímenes se hizo, lo demuestra hasta la saciedad".
La prensa estadounidense, en los días inmediatamente siguientes al atentado, excluía o ponía en duda la responsabilidad de la Junta Militar chilena: "Según la CÍA", escribía el Newsweek, con la rúbrica Períscope, "en la muerte de Letelier no existe implicación alguna de los servicios secretos chilenos". Y en un editorial del New York Times se leía: "Es difícil decir si el delito fue realizado por el Gobierno chileno o por extremistas de izquierda, quienes habrían hecho de todo para desacreditar al Gobierno de Pinochet".
El Transnational Institute, organismo filosoviético y filocubano, se dedicaba, en cambio, a demostrar que la muerte de Letelier podía favorecer al Gobierno chileno. "Pinochet", afirmaba, "hacía frecuentes referencias a los intentos de Letelier para aislar y denigrar a la Junta Militar chilena: por ejemplo, bloqueó una inversión holandesa en Chile por 63 millones de dólares, con sus declaraciones en las Naciones Unidas, y sus contactos con personalidades como William Rogers y miembros del Congreso estadounidense: Kennedy, McGovern, Abourezk, Humphrey, Frazer, Miller, Moffett y Harkin, y debido a su influencia en algunos bancos internacionales".


Mirando bien, Pinochet tenía todos los motivos para detestar a Letelier y al Transnational Institute, pero no al punto de ordenar un homicidio en territorio estadounidense, en el centro de un barrio diplomático de Washington, con el riesgo de una campaña de aislamiento político, en un momento en el cual Chile necesitaba la solidaridad mundial. De hecho Pinochet, para castigar a Letelier por su actividad en el extranjero, se había limitado (con una decisión, en junio de 1976, oficializada el 10 de septiembre del mismo año) a privarlo de la ciudadanía chilena.
Y cualquier sospecha sobre Pinochet se derrumba frente a un hecho indiscutible: el mismo Pinochet no dudó un instante, en abril de 1978, en entregar a Michael Townley a la justicia de Washington.
Si hubiera tenido algo que esconder, Pinochet habría retenido bajo su control a un hombre como Townley, que sabía mucho de lo sucedido tras bambalinas a propósito de la muerte de Letelier.13
Más bien la CÍA, el FBI y la diplomacia estadounidense tenían algo que esconder. Lo dio a entender claramente, durante el programa Medianoche de la televisión chilena, en mayo de 2000, la jueza argentina María Servini de Cubría, admitiendo haber sido obligada a "mantener el secreto" sobre algunas declaraciones que Michael Townley le hizo en el curso de un misterioso encuentro en Estados Unidos. "Para poder hablar con Townley", dijo la señora Servini, "tuve que firmar con el Ministerio de Justicia de Estados Unidos un compromiso de mantener el secreto. Esperé cinco años para obtener una declaración de Townley y la condición indispensable para tenerla fue mi empeño en no revelar el contenido".
A propósito de Townley, éste estaba implicado no solamente en la muerte de Letelier sino también (como se verá en las páginas siguientes) en la de Carlos Prats. Y respecto a su "confesión negociada", el noticiero del Transnational Institute y del Instituto for Policy Studies, refería: "Apenas llegó a Estados Unidos (extraditado de Chile), Townley concordó en que se había declarado culpable de conspiración para asesinar a Letelier y de hecho pasó los días siguientes contando a los agentes del FBI


A la edad de 15 años, Michael Townley, americano nacido en Iowa, fue trasladado a Chile para trabajar como aprendiz mecánico. Su padre, Jay Vernon Townley, era al mismo tiempo dirigente de la Ford y agente de la CÍA. Fue el padre, en efecto, el que favoreció el ingreso de Michael Townley a la CÍA, que lo sometió a adiestramiento paramilitar con especialización en electrónica y explosivos. En sus intrigas, Townley se volvió "informante" de la DINA chilena; sin embargo, no llega a participar como agente operativo. Fue un extravagante, que sus amigos definieron como un hippie y un pacifista, además de ser una fornida víctima de una voluntariosa mujer, trece años mayor que él.


Y prosigue: "Los abogados estadounidenses de Townley, Seymour Glanzer y Barry W. Levine, acordaron un compromiso en base al cual Townley admitía su participación en una conspiración para asesinar a Letelier y entregaría informaciones útiles para las investigaciones. Resulta, además, que Townley poseía información sobre la actividad terrorista en otras naciones, pero sobre las cuales las autoridades norteamericanas le pidieron que no hablara".
Desde entonces, claramente según los acuerdos negociados con las autoridades investigadoras estadounidenses, Townley vive bajo falsa identidad (mantenido por la CÍA o el FBI) en alguna localidad secreta de Estados Unidos. En su entorno fue tejida por la CÍA y el FBI la llamada "red de protección a testigos".


¿Qué secretos incómodos se esconden en Estados Unidos detrás de la muerte de Letelier, y cuáles fueron los términos de la negociación entre Townley y las autoridades estadounidenses?
Parece raro, pero justamente Townley fue el único testigo que le permitió al procurador de distrito estadounidense Eugene Propper (exponente del radicalismo chic de Washington y con ambiciones literarias) el atribuir a los servicios secretos de Pinochet la responsabilidad del atentado.
No sorprende que las conclusiones de Propper después de largas "negociaciones" con Townley hayan sido resumidas en pocas palabras: "Es difícil imaginar que Manuel Contreras, jefe de la DINA, haya ordenado asesinar a Letelier sin la autorización de Pinochet". En pocas palabras, dos conclusiones personales de Propper: que el asesinato de Letelier había sido ordenado por Contreras y que "es difícil de imaginar" que Contreras hubiera actuado sin la autorización de Pinochet.
En estos términos se expresó la agencia periodística Gratis web: "La DINA chilena no participó de ningún modo en el atentado organizado de tal manera que la DINA apareciera como responsable. Que se trataba de un montaje lo demuestra el hecho de que, el mismo día del atentado, miles de volantes contra el gobierno chileno que lo señalaba como asesino, todos impresos anteriormente, fueron distribuidos en diversas ciudades de Estados Unidos".
Lo que se define como la "confesión de Townley", además de ser el fruto de una negociación, sería por lo tanto una fábula. Y de hecho, si bien atrapado por el FBI, después de doscientas horas de interrogatorio, Townley hizo en realidad una extraña confesión que era una mezcla de inexactitudes y contradicciones.
Para empezar, afirmó que había preparado y actuado en el atentado colocando la bomba en el asiento anterior izquierdo del automóvil Chevrolet azul de Letelier. Luego precisó que fue avisado telefónicamente por dos agentes castristas, sus cómplices, Virgilio Paz y José Dionisio Suárez (que lo chantajeaban y hacían el doble juego entre los servicios secretos cubanos y la CÍA), que la bomba había resultado defectuosa y que los dos habían tenido que repararla y colocarla nuevamente. "Teníamos que evitar", dijo Townley, "que la bomba explotara inadvertidamente si el auto pasaba cerca de una emisora de impulsos de radio y que esto sucediera antes del 21 de septiembre".
Virgilio Paz y José Dionisio Suárez, buscados por el FBI, por ser autores de actos terroristas en suelo estadounidense. Estos dos agentes de la CIA, junto a Towley, serían los autores materiales de la muerte de Orlando Letelier.

¿Pero por qué aquella preocupación? Si la finalidad era la de asesinar a Letelier, ¿qué importancia podía tener que esto sucediera en un lugar o en otro o algún día antes o después? Las respuestas son fáciles: el día debía ser el anterior al ya mencionado debate en la ONU y al de los encuentros de los representantes chilenos con las autoridades de los bancos internacionales. En cuanto al lugar, debía ser uno cercano a la embajada chilena, para sostener que la bomba había sido colocada por agentes chilenos, quienes habrían tenido su base de operación en la embajada y que habían actuado al final de un "dramático'7 encuentro entre Letelier y el embajador, en las oficinas de la embajada.
El mismo día del atentado y pocas horas después del hecho, algunos periodistas le pidieron al embajador chileno, Manuel Trueco, que revelara algún detalle sobre el hipotético (y de hecho nunca verificado) coloquio con Letelier. Y por la mañana del día siguiente (exactamente a las 10:30) la policía le hizo las mismas preguntas a la esposa del embajador, quien al responder intentó que le informaran de dónde venía la noticia de ese encuentro que nunca se realizó: obtuvo como respuesta solamente que eran "informaciones reservadas".20


La existencia de una intriga internacional fue confirmada por las numerosas declaraciones que, desde 1978 en adelante, el general Manuel Contreras Sepúlveda, ex director de la DINA, rindió a los investigadores chilenos (como el juez Joaquín Billard), argentinos (la jueza María Servini de Cubría) y a los estadounidenses: "El atentado lo quiso y lo realizó la CÍA", afirmó Contreras con insistencia. Y para confirmar sus palabras puso a disposición 500 páginas de documentos que demostraban cómo el atentado fue planeado durante una reunión que se llevó a cabo (con la participación de Townley) en Bonao, en la República Dominicana, en mayo de 1976, o sea, cuatro meses antes del asesinato de Letelier.21
Diez años después, en coincidencia con la visita del Papa a Chile en 1987, a la "confesión negociada" de Townley (1978) se agregó la "confesión negociada" del capitán chileno Armando Fernández Larios, de quien se habló a comienzos de este capítulo. Las admisiones de Fernández Larios a las autoridades estadounidenses diferían poco de las de Townley; más aún, de algún modo las confirmaban.
Según Fernández Larios, el atentado había sido organizado de modo impreciso... ¡pero para que fracasara! De todos modos había sido realizado por los ya citados agentes cubanos Virgilio Paz y José Dionisio Suárez, quienes inmediatamente después del hecho habían desaparecido. Suárez había sido a continuación arrestado por el FBI y él también había convenido una "confesión negociada" a cambio de garantías sobre su sustentamiento y el de su esposa e hijo. Arrestados y condenados fueron, en cambio, dos cubanos anticastritas de Miami: Guillermo Novo e Ignacio Novo. Townley voluntariamente los había metido en el lío haciéndose ayudar por ellos en la fabricación de la bomba y divulgando después una fotografía donde estaban en compañía de representantes del gobierno chileno. Inútil decirlo, que justamente en los hermanos Novo, reconocidos anticomunistas, se concentró la atención de cuantos tenían interés en alejar las sospechas de la KGB y de la DGI cubana.


¿Quién era Armando Fernández Larios? Su imagen conduce de alguna manera a la de Townley. Un medio desequilibrado Townley, un medio desequilibrado Fernández Larios que abandonó la carrera militar tras veinte años de servicio. Lo hizo, dijo, "para lavar el propio honor y la propia conciencia", al sentirse responsable de la muerte de Letelier. Nadie le preguntó nunca cómo, después de años de silencio pero en cronométrica coincidencia con la visita papal a Santiago, aquella "confesión negociada" podría liberarlo de un "peso enorme" del cual solamente entonces se daba cuenta. Un "peso enorme" del cual, mientras tanto, no habían visto traza quienes hasta ese momento habían encontrado a Fernández Larios, asiduo frecuentador de elegantes locales, en compañía de atractivas y jóvenes mujeres.
Otras analogías entre Townley y Fernández Larios se encuentran en las circunstancias de las dos "confesiones negociadas". Townley confesó después de doscientas horas de presión por parte del FBI y Fernández Larios confesó cuando prácticamente estaba secuestrado por el FBI, al punto que podía comunicarse solamente con su abogado, Alex Kleiboemer. Para concluir, tanto Townley como Fernández Larios, a cambio de sus "confesiones negociadas", fueron puestos nuevamente en libertad, con una nueva identidad y con la garantía de una red de protección que la ley estadounidense ofrece a los "arrepentidos".
Como una puesta en escena fue probablemente toda la investigación. La verdad sobre la muerte de Letelier parece ser inaccesible. No puede haber, sobre un episodio cubierto por las intrigas cruzadas de varios servicios secretos, certezas absolutas.
Existen solamente los resultados de algunas investigaciones privadas realizadas por periodistas o por sectores políticos movidos por intereses que se contradicen.
Nostálgico de Allende, al que le debía su propia carrera política, Letelier se había situado en los círculos de Washington relacionados con Moscú y La Habana. En la capital estadounidense Letelier pasó a dirigir el Institute for Policy Studies, organización fundada en 1963 por Marcus Raskin, afiliada al grupo europeo Transnational Institute con sede en Amsterdam, la que tenía finalidades políticas y difundía propaganda a favor del desarme unilateral de Estados Unidos, de la disolución de la OTAN, el abandono de Berlín Oeste por parte de las potencias occidentales y la creación de una zona "neutralizada" en Europa Central, a dos pasos de las bases misilísticas soviéticas existentes en Bielorrusia y en los Urales.


Así, en 1999, la agencia de prensa Concerned Methodists, organización religiosa protestante, comentaba sobre el Institute for Policy Studies: "Su misión es la de desacreditar a Estados Unidos de todos los modos posibles, de hacer propaganda del desarme unilateral de Occidente, de unirse a la causa soviética y de ofrecer soporte al terrorismo. Era una organización multimillonaria, en fin, cuya actividad puede definirse, resumiendo, como de subversión e infiltración secreta".
Más aún: "Letelier era miembro de este instituto y, como se vio después de su muerte, era un agente castrista. De los documentos encontrados en su maletín, según las revelaciones realizadas por el periodista Jack Anderson, resultó que Letelier recibía de Cuba, por sus servicios, mil dólares al mes. Se agrega que su mujer, Isabel, también del Institute for Policy Studies, colaboraba con Farid Handal cuando éste, en 1980, dio origen al CISPES".
Y para concluir: "¿No es cierto acaso que, después de la muerte de Letelier, su sustituto fue Tariq Alí, importante exponente de la Cuarta Internacional trotzkista, desde hacía tiempo en contacto con organizaciones terroristas internacionales? Basta recordar que Tariq Alí tenía la entrada prohibida en Estados Unidos, Francia, Japón, India, Turquía, Tailandia, Hong Kong y Boliviana
Una de las tareas de Letelier, parece, era la gestión de los movimientos financieros entre algunas cuentas secretas de grupos de exiliados chilenos en bancos estadounidenses. Se trataba probablemente de financiamientos de la KGB concedidos a la oposición chilena; si fuera verdad que las instrucciones para el uso de dichos fondos eran puntualmente enviadas por un agente soviético, el chileno Clodomiro Almeyda, que operaba en Alemania del Este y quizás por la hija de Salvador Allende, Beatriz Allende Bussi, llamada Tati, que después del matrimonio con el agente secreto cubano Luis Fernández de Oña se había establecido en 1977 en La Habana.
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Mientras tanto la vida sentimental de Orlando Letelier parece que no era la más apta para un agente secreto. Los detalles no son claros, pero alguna fuente indica que si bien estaba casado con Isabel Morel, habría perdido la cabeza por una misteriosa Caridad, una mujer fascinante y multimillonaria que vivía en Caracas. Es probable que el matrimonio de Letelier tuviera problemas, si fuera verdad que Letelier había abandonado a su mujer para trasladarse, como huésped, a la casa de un funcionario del Institute for Policy Studies. Por esto la DGI (servicio secreto cubano) comenzó a temer que la esposa traicionada revelara, para vengarse, los secretos que ella conocía.
Se trata, y lo repetimos, de noticias que se filtraron, pero que no fueron confirmadas. Si fueran verdaderas, el peligro para la DGI cubana y la KGB soviética era inmediato: un agente con conocimiento sobre secretos importantísimos (y veremos cuáles eran) estaba a punto de liberarse de la dependencia financiera de Cuba y pasar a ser autónomo, gracias a una mujer muy rica. Y además existía una esposa abandonada que podía vengarse de todo revelando importantes secretos. Más aún cuando, según afirma el periodista australiano Gerard Jackson, la esposa de Letelier era una sobrina de Salvador Allende.
Así fue como un operador de la organización secreta castrista denominada Halcones Dorados, un cierto Rolando Otero Hernández, fue infiltrado en el Movimiento Nacionalista Cubano, con sede en Miami, que tenía finalidades anticastristas. Se trataba, así parece, de un aventurero que había recibido adiestramiento de la CÍA y que había tomado parte del fracasado desembarco en Cuba, durante el cual había sido capturado por las tropas cubanas. Había sido restituido a Estados Unidos algunos años más tarde, pero durante dicho período, en la isla, se había convertido a la causa comunista, volviéndose un agente bien pagado de Fidel Castro.


Y justamente, según dice la agencia periodística Gratisweb, a Rolando Otero Hernández le habrían encargado el primer intento de desacreditar a Chile a través de un atentado de gran resonancia. Después de un período de ulterior adiestramiento en Venezuela, Otero viajó a Chile, en donde en 1976 logró (alegando su participación en el desembarco estadounidense en Cuba) infiltrarse en la DINA y obtener la ciudadanía chilena. Según el encargo recibido, Otero debía asesinar a Henry Kissinger mientras participaba en Costa Rica en la asamblea de la Organización de los Estados Americanos. El asesinato del responsable de las Relaciones Exteriores de Estados Unidos por parte de un hombre con pasaporte chileno y de documentos que lo calificaban como agente de la DINA, habría sido una maniobra infalible para excluir al Chile conducido por la Junta Militar, del conjunto de las naciones civilizadas. Para no hablar de las inevitables represalias que Estados Unidos habría tomado contra Pinochet. Descubierto apenas a tiempo por agentes del FBI, Otero habría recibido medio millón de dólares y la garantía de impunidad, a cambio de la colaboración para otras misiones con la CÍA y con agentes de doble juego como Virgilio Paz y Michael Townley, quedando entonces siempre ligado Los Halcones Dorados.
Esto sucedía en primavera. No pasaron ni cuatro meses cuando Orlando Letelier del Solar saltaba con su Chevrolet por el aire, con las dos piernas pulverizadas.
La verdad sobre la muerte de Letelier hubiera sido fácilmente esclarecida si la magistratura estadounidense y la CÍA (que, como fue revelado por Stephen Lynton y Timoty Robinson, del Washington Post, sustituyó al FBI en la gestión del caso) hubieran publicado el contenido del maletín que la víctima llevaba siempre consigo y que en el atentado quedó intacto. Pero no lo hicieron por confirmados y no precisados "motivos de seguridad de Estado". Sólo basados en noticias incompletas, alguien acusó a Pinochet de haber ordenado la muerte de Letelier.


Una atendible (pero después desmentida, como veremos) versión de los hechos salió a la luz gracias al investigador Stanley Wilson, quien logró, en las oficinas de la CÍA, apoderarse de fotocopias de los documentos provenientes del maletín de Letelier. Después de leer estos documentos, que el periodista definió como "increíblemente explosivos", Wilson los mostró al diplomático chileno Rafael Otero y ambos llegaron a la conclusión de que la muerte de Letelier, agente comunista, debía atribuirse a la KGB soviética y a la DGI cubana, con el tácito consenso de la CÍA y del FBI; nada, pues, de dichos documentos, probaba que la Junta Militar chilena y la DINA estuvieran implicadas en el atentado.
Eran documentos que ponían en el tapete no sólo a los servicios secretos de Fidel Castro, sino también a algunos sectores del Partido Demócrata estadounidense, al punto de que Wilson comentó: "Si se conocieran los contenidos de dichos papeles, ciertos personajes de la izquierda del Congreso en Washington se quedarían anonadados".
Que Letelier estuviera en posesión de documentos comprometedores está quizás probado por la visita, en la noche del 21 de septiembre de 1976, o sea, pocas horas después del atentado, de los izquierdistas chilenos Waldo Fortín y Juan Gabriel Valdés Soublette (futuro canciller chileno de la Concertación), acompañados por Saúl Landau, a las oficinas del Institute for Policy Studies y en particular a la oficina de Letelier. ¿Quién les había dado la llave del cuarto? ¿Quizás la secretaria Liliana Monteemos? ¿Qué documentos buscaban? ¿Quizás los que podían revelar los planes secretos de Moscú y La Habana?
Según Stanley Wilson, el maletín de Letelier contenía documentos que incluso el entonces director de la CÍA (y después presidente de Estados Unidos), George H. Bush, no dudó en definir como "explosivos", porque habrían podido demostrar la dependencia política y financiera que Letelier tenía del Institute for Policy Studies, del Transnational Institute, de la sección internacional del comité central de Partido Comunista soviético y del Partido Comunista cubano. Eran documentos, agregó Bush en su relación al FBI, que demostraban que el Gobierno chileno no estaba implicado en la muerte de Letelier. Y eran documentos que revelaban las fuentes de financiamiento de las campañas de propaganda contra la derecha latinoamericana de aquellos años (argentina, chilena, uruguaya) y que hablaban, cosa embarazosa para el Partido Demócrata estadounidense, sobre posibles financiamientos recibidos por un diputado de Massachussets, que pertenecía al clan Kennedy, a cambio de una campaña de prensa contra Pinochet.


Entre los documentos que estaban en el maletín de Letelier había un abundante carteo de Letelier con Beatriz Allende Bussi, que desde Cuba pedía rendición de cuentas del dinero generosamente enviado, destinado a personajes políticos de Estados Unidos que eran adversarios de Pinochet y pedía, también, noticias actualizadas sobre los contactos que el Institute for Policy Studies tenía para estrechar relaciones con elementos del fundamentalismo islámico. Beatriz Allende Bussi pedía, además, noticias sobre treinta individuos que Letelier tenía que enrolar para que operaran en territorio de Estados Unidos, en particular en Washington, en New York y en la isla de Puerto Rico.
Las preguntas de Beatriz no tuvieron nunca respuesta. Letelier murió antes de poder contestar y ella misma murió antes de poder profundizar qué ocurría en las oficinas de Washington, que ella contribuía a financiar con dinero proveniente, con toda probabilidad, de las organizaciones "antifascistas" de medio mundo.
Fue una extraña muerte la de Beatriz Allende Bussi, hija del ex Presidente chileno. Oficialmente, según la versión dada por la policía cubana y aceptada por la prensa occidental, se suicidó. Un suicidio discutible, ya que no se conoció el motivo y además que la versión del "salto por la ventana" contrastaba con la de un disparo que le habría destrozado el corazón después de entrarle por la espalda. Aún más raro era el suicidio, ya que (según escribió Stanley Wilson) sucedió poco después de su relación con el caso Letelier y diez días después de que Beatriz había intentado, en La Habana, retirar de su cuenta en el banco fondos destinados a la propaganda antiPinochet por aproximadamente diez millones de dólares.
El banco había rechazado la entrega de dicha suma, diciéndole que un retiro de semejante cantidad debía ser autorizado "por el compañero Fidel en persona". Pasaron pocos días en los que no se supo lo que había sucedido y Beatriz recibió, en vez de dinero, un pasaporte para el más allá.
Una versión muy distinta de los hechos salió a la luz en el 2001, en la publicación de las memorias de Manuel Contreras Sepúlveda, ex jefe de la policía secreta de la Junta Militar chilena. Desilusionada de su matrimonio (seguido de divorcio) y del apoyo que Fidel Castro daba a los terroristas chilenos, Beatriz Allende había tomado contacto con la embajada de Perú para que, a través de los servicios secretos chilenos, ella pudiera volver pacíficamente a Chile. La respuesta fue positiva y el agregado militar peruano había concordado un plan de acción con las oficinas que, en Santiago, dependían de Manuel Contreras.
Beatriz obtuvo un pasaporte peruano y con algunas cartas comprometedoras respecto al caso Letelier se dirigió en auto hacia el aeropuerto de La Habana. El auto era seguido de cerca por otro vehículo, en donde viajaban funcionarios de la embajada peruana. En el intertanto, el plan había sido descubierto por la policía secreta de Castro y a poca distancia del aeropuerto el vehículo del agregado militar peruano fue embestido por un enorme camión que salió de una calle lateral. Murieron el agregado militar y Beatriz, pero el comunicado de duelo del gobierno cubano habló solamente del diplomático militar. Era el 11 de octubre de 1977, el cuerpo de Beatriz fue llevado al último piso de un edificio y, siempre según refiere Manuel Contreras, lanzado hacia la calle para simular un suicidio. De los documentos del caso Letelier que Beatriz tenía consigo nadie habló.


Pasaron los años y en 1996 Fidel Castro, por invitación del Presidente Eduardo Frei, estuvo en Chile y entre otras cosas visitó la tumba de Salvador Allende. La viuda de Allende no estaba presente porque no quería encontrarse con Castro. Estaba la hermana de Beatriz, Isabel, a quien Castro le preguntó de quién era la tumba cercana a la de Salvador Allende. "Es mi hermana Beatriz que Ud. bien conoce", le respondió Isabel. Y Fidel Castro, sin decir palabra, dejó el cementerio.
Volviendo al maletín de Letelier, el documento que llevó a George H. Bush a afirmar que si aquellos papeles fueran divulgados "habrían puesto en grave peligro la seguridad de Estados Unidos", era (según Wilson) un documento relativo a la fabricación de pequeñas bombas nucleares por parte de Libia, que debía ser entregado a grupos terroristas operantes en América. El plan había nacido de un descubrimiento científico más o menos atendible, realizado por un docente de la universidad estadounidense de Princeton, que permitía la fabricación de bombas empleando una cantidad mínima de plutonio y con una fórmula fácilmente accesible a cualquiera.
Dicho fascículo, que además de la correspondencia entre Letelier y el servicio secreto soviético y cubano contenía 34 páginas de datos técnicos, demostraba el calibre de los papeles de Letelier, parcialmente fotocopiados por Stanley Wilson.
Un aspecto increíble del asunto fue que Wilson le ofreció copias de dicho documento al New York Times y al Washington Post, pero ninguno de dichos diarios, no se sabe por cuál motivo, quiso o pudo publicar. Fueron usados solamente en parte por el periodista Jack Anderson, quien el 19 de diciembre de 1976 se refirió a una carta de Letelier a Beatriz Allende relativa a un encuentro con un cierto Emilio Brito, funcionario del Partido Comunista cubano, encargado de dirigir a los terroristas operantes en Estados Unidos y Puerto Rico, bajo la fachada de organizaciones raciales.
Pocos meses después, otro pedazo de verdad le fue concedido al público estadounidense por los periodistas Rowland Evans y Robert Novak, del Washington Post, quienes en febrero de 1977 acusaron al diputado Michael Harrington de haber tenido relaciones poco claras con Letelier. El mismo periódico, entre tanto, fue obligado, pocos días después y sin dar explicaciones, a desmentir la noticia. Los dos periodistas no se dieron por vencidos y redactaron una réplica conteniendo mayores detalles: esta vez sus artículos fueron rechazados por el Washington Post sin demasiada cortesía, al punto de provocar una intervención de la Accuracy in Media, organismo destinado a proteger al público de la desinformación.
El periodista William F. Jasper, en su libro Patriot Enchaineá, refiere lo que pudo saber sobre el contenido del maletín de Letelier. Contenía, afirma, detalles sobre los movimientos de los fondos provenientes de los servicios secretos soviéticos y cubanos y sobre contactos frecuentes entre Letelier y personajes como Edward Kennedy, George McGovern, Hubert Humphrey, James Abourezk, John Conyers, Ron Dellums, Bella Abzug, George Miller, Toby Moffett, William D. Rogers (entonces el número dos de la Secretaría de Estado) y Sol Linowitz, que estaba a cargo de una comisión de asuntos exteriores patrocinada por la Fundación Ford.


El caso Letelier fue siempre cubierto de un silencio cómplice que, aunque parezca extraño, encontró aliados en la KGB soviética y en la CÍA. Innumerables son los documentos que no se logran encontrar y los testimonios obligados a callar que hicieron "declaraciones negociadas", como numerosas son las versiones contradictorias de los hechos. No hay que asombrarse si ni siquiera en los años venideros fuera posible esclarecer completamente las causas y modalidades de dicho asesinato. Una cosa que parece razonablemente creíble es que, como está explicado en las páginas precedentes, Pinochet no tenía ningún interés en que mataran a Letelier "como castigo". Más bien eran la DGI, la KGB, la CÍA y el FBI a quienes les interesaba esa muerte, por motivos diversos y para desacreditar a la Junta Militar chilena no solamente blanco del comunismo internacional sino también del ala liberal de la CÍA, deseosa de vengarse de la contribución que el ala conservadora (ligada a Wall Street) había dado a la caída de Allende.
A todo esto se agregaban las preocupaciones por las "desbandadas" de Letelier, que hacía un doble juego, y las múltiples intrigas que a esta altura se entrecruzaban alrededor del comprometedor personaje.
Para agregar algunas incertidumbres a las ya existentes, en mayo del 2000 apareció una enésima versión de los hechos. Según lo que refirió el varias veces citado investigador Stanley Wilson, después de un encuentro con José Dionisio Suárez, la bomba habría explotado accidentalmente. "La bomba estaba abajo del vehículo", reveló Suárez a Wilson, "y tenía una pequeña pila eléctrica y un cable de conexión que había sido desconectado. Ese día llovía mucho y fue el agua la que creó una conexión accidental del cable desconectado".
¿Cuál de las tantas versiones del caso Letelier (y de los asuntos privados que lo circundaban) es la más creíble? Será el cortés lector quien debe llegar a la conclusión que más lo convenza. Ciertamente, no es fácil atribuir la responsabilidad del atentado, como querría la izquierda mundial, a Augusto Pinochet.
Sumergido por las dudas y las incertidumbres, el caso Letelier fue olvidado casi 20 años. Reapareció solamente en el 2000, a propósito de las iniciativas del juez español Baltasar Garzón y del arresto de Pinochet en Londres, hechos que se analizarán en el capítulo XI y XII. En marzo de 2000 el Departamento de Justicia estadounidense abrió las investigaciones del caso Letelier, pero quedó de inmediato claro que, a pesar del arresto e interrogatorio de seis personas, ningún elemento nuevo había surgido contra Pinochet.
Las investigaciones prosiguieron durante el 2000, en plena colaboración entre la magistratura chilena (Joaquín Billard), la argentina (María Servini de Cubría) y, con distancias, la estadounidense.
Emergió así el nombre de una cierta Luisa Mónica Lagos, ex agente de la DINA bajo el nombre de "Liliana Walker", que admitió haber formado parte, junto a Armando Fernando Laríos y Pedro Espinoza, de un grupo operativo que había viajado a Washington para tomar contacto con Michael Townley, quien estaba preparando el asesinato de Letelier, por encargo de la CÍA y de la DGI cubana.
Sobre la presencia de Luisa Mónica Lagos y otros agentes de la DINA en Washington, es necesario aclarar que ellos debían infiltrarse para saber lo que estaba sucediendo. De diversa opinión es la abogada Fabiola Letelier, hermana de la víctima y activa acusadora de Pinochet, según la cual tras bastidores actuaba la Junta Militar chilena que, además, le había encargado al general Eduardo Iturriaga Neumann asesinar a Bernardo Leighton en Roma.45
Según Fabiola Letelier, "nuevos elementos, nuevos documentos y el resultado del interrogatorio al coronel Pedro Espinoza", demuestran la responsabilidad de Pinochet.46 Igualmente explícita es Isabel Allende, quien, entrevistada en Madrid en junio de 2000, dijo que estaba segura de la responsabilidad "moral de Pinochet, "igual que los autores materiales del atentado que ya han sido arrestados".
Mientras tanto, a pesar de las acusaciones que desde distintas partes le llovían a Pinochet, la justicia de Estados Unidos nunca consideró tener pruebas suficientes para poderlo incriminar formalmente. Para Estados Unidos, como refiere El Mercurio, "Pinochet no puede ser considerado el que ordenó el homicidio". »
¿Cuál es la verdad? La verdad sobre el caso Letelier, como muchas otras verdades, está sepultada en los archivos secretos de Estados Unidos y de Cuba.