viernes, 10 de diciembre de 2010

Chile: Entrevista al ex- presidente Augusto Pinochet Ugarte.


El 27 de febrero de 2001 Augusto Pinochet recibió en su parcela de Los Boldos, en Bucalemu, al historiador estadounidense James Whelan. Viejo conocido del general (R), Whelan había publicado en 1989 en EE.UU. y en 1993 en Chile, su libro "Desde las Cenizas", un largo ensayo histórico sobre el modo en que, a su juicio, Pinochet y el régimen militar condujeron una revolución política, económica y social después del golpe de Estado, que logró refundar el país. Para escribir ese libro Whelan se reunió con Pinochet y sus principales colaboradores en decenas de oportunidades, desde 1974 hasta el fin del gobierno. Era, por eso, un hombre de la casa, que volvía a ver al general (R) después de un largo tiempo marcado por sus 503 días de detención en Londres y por las peripecias de su proceso judicial en Chile.

Las circunstancias no eran, por cierto, gratas para Pinochet. El verano que estaba pronto a concluir había sido testigo de varios episodios difíciles para él. El 5 de enero, luego de que el general (R) se declarara en rebeldía ante el juez Juan Guzmán y afirmara que se negaría a ser interrogado, había recibido la visita del comandante en jefe del Ejército, general Ricardo Izurieta, y su jefe de Estado Mayor, Juan Emilio Cheyre, quienes le advirtieron en su propia casa que la institución no lo acompañaría en la aventura de desafiar a los tribunales.


Tres semanas después, el 1 de febrero, una actuaria de Guzmán llegó a su parcela para notificarlo de su procesamiento por el caso Caravana de la Muerte y comunicarle que estaba bajo arresto domiciliario. Cuando Whelan llegó a conversar con Pinochet, éste se encontraba preso. El historiador, quien se encuentra trabajando en una briografía del general (R), volvió a asistir a Los Boldos el día siguiente, y el diálogo quedó registrado en dos cintas de audio.


La Tercera tuvo acceso a esa charla y reproduce sus pasajes más significativos a continuación. En ella, Pinochet habla de sus días en Londres y del proceso judicial en Chile, de Baltasar Garzón y del juez Juan Guzmán. Pero también del 11 de septiembre de 1973, de su relación con sus sucesores en el Ejército, del almirante José Toribio Merino, del crimen del general Carlos Prats, de Patricio Aylwin y de Eduardo Frei-Ruiz-Tagle. Es la última entrevista conocida al protagonista principal del golpe de Estado, del que se cumplen 30 años.

¿Cómo fueron sus días en Londres antes de que se presentara el problema de salud? Pasé días muy felices en Londres. Luego vinieron los problemas...

¿Recibió alguna advertencia antes de viajar a Londres? ¿Sintió algún temor? No. Y nadie me advirtió.

El ministro José Miguel Insulza dice que usted no dio tiempo al gobierno de cursar a Inglaterra los papeles oficiales...

Eso es mentira. Yo fui invitado por la fábrica de material bélico Royal Ordenance. Se hizo el decreto sobre mi viaje, pero la Cancillería no lo llevó donde el embajador inglés en Santiago para que tomara conocimiento.

Según Insulza, lo que usted portaba no era un verdadero pasaporte diplomático. A mí me dijeron en el Senado que el pasaporte estaba completamente vigente.

En noviembre de 1998, en Londres, usted ya tenía las maletas listas para volver. Usted estaba en el Groveland Priority Hospital, convencido de que la Cámara de los Lores iba a dejarlo en libertad. ¿Cómo reaccionó cuando le contaron que todo había salido mal? Reaccioné como siempre. Me quedé callado, y dije que había que meditar esta cuestión, leer con calma el fallo.

Tiene que haber sido una tremenda decepción. Sí. Pero había que ser fuerte. A mí la fuerza me viene de adentro. He sabido siempre sobreponerme a la desgracia. Como soldado, uno aprende desde chico a enfrentar la fatalidad.

¿Cuáles fueron para usted las horas más difíciles en Londres? Fue duro cuando los países europeos empezaron a pelearse mi cuerpo, pidiendo que me extraditaran. España, Francia, Suiza, Bélgica, Holanda... O sea que yo era el más buscado para siete países. De dónde había tenido tanta importancia.

¿Se ha sentido humillado? No. Cuando me trataron de humillar en ese juzgado en Inglaterra, me puse de pie y les dije: "Yo no tengo nada que ver con esta justicia, que para mí no existe". Se los dije así, delante de ellos.

¿Pensó que sus opositores tenían el poder para juzgarlo? En un comienzo creía que no les iba a dar para tanto. Pero a medida que pasaban los días me di cuenta de que la izquierda internacional tenía un poder gigantesco. Incluso en Estados Unidos.

¿Subestimar su poder fue una equivocación? Es que a los de la izquierda los miran así como buenas personas. Pero, por ejemplo, ese Ricardo Núñez (senador PS y ex presidente de la colectividad), es un tipo feroz...

Cuando usted llegó a Chile, hace un año ya, ¿creyó que el caso había terminado? No. Yo sabía que me iban a seguir buscando. Pero nunca creí que sería tanto como esta persecución por esa Caravana de la Muerte que le llaman. Yo no tengo nada que ver con eso. Lo único que tienen son deducciones en mi contra.

¿Pensó que llegarían a desaforarlo? Nunca creí que llegarían a eso. No creí que fuera tanta la inconsciencia para desaforarme.

¿Cuando usted bajó del avión, el 3 de marzo de 2000 en Pudahuel, se sintió feliz? Cómo no iba a estar feliz de regresar después de haber estado casi dos años fuera de mi tierra. Volvía feliz a ver a mi gente, a los amigos.

Pero si estaba "en la puerta del horno", como se dice, no era como para estar muy feliz... Es que yo no creí nunca que iban a ser tan viles

¿Qué opinión tiene del juez español Baltasar Garzón? Me parece que es un ambicioso. El no tenía muchos medios cuando joven, y eso lo volvió muy ambicioso.

Y respecto del juez Juan Guzmán Tapia, ¿usted lo conocía antes de que se iniciara el caso? A Guzmán yo lo nombré como ministro de corte. El estaba en Talca, y entonces llegó un ministro de mi gobierno y me pidió que lo pusiera en la corte de Apelaciones de Santiago. Me rodearon de buenos datos de él dos de mis ministros, de los que no voy a dar el nombre. Así que lo nombré, y me salió esta fiera, que no es ninguna maravilla. Unos dicen que tiene temores de que lo presionen. Yo lo encuentro bien ambicioso también. Le voy a contar una cosa. Una pareja amiga mía, los dos abogados, se reunieron con Guzmán mientras yo estaba en Londres. Y él les dijo que cuando llegara a Chile, no me iba a tocar. Pero al día siguiente que llegué ya estaba pidiendo que me desaforaran. Ahora bien: la señora de Guzmán, que es francesa, dicen que es socialista.

¿Cuándo comienza a darse cuenta de que el juicio en su contra en Chile se va a prolongar? Muy pronto. Después de que Guzmán me mandara a decir que no me iba a hacer ninguna cuestión a mi regreso, y ya al tercer día que llegué envió la solicitud de desafuero, yo sentí -voy a usar una palabra muy fea- que me iban a mariconear.


¿Es cierto que las dos actuarias que lo notificaron (el 1 de febrero de 2001), aquí en Los Boldos, de que estaba procesado y detenido se pusieron a llorar? Sí.

¿Usted lloró? No.

Pero usted llora de vez en cuando... Fue una cosa muy emotiva. Mi hija (Jacqueline) lloró. Pero yo no.

¿Le sorprendió el nivel de odiosidad de la izquierda hacia usted? No. Eso venía desde hace mucho tiempo. Me odian desde el 11 de septiembre de 1973.

Pero durante los primeros 10 años de la Concertación, sus adversarios permanecieron más o menos estáticos. Sí. Hacían acciones esporádicas. Yo creo que estaban alistándose, y de repente volvieron a la carga. Esta gente no tiene fin: atacan a la presa hasta que la liquidan, la destruyen. Yo logré eludir que me destruyeran. Me detuvieron en Inglaterra, y me querían llevar a España para juzgarme y encerrarme en una jaula. "No voy a hablar mal del Ejército"

¿Usted ha hecho algo para conseguir apoyos dentro del Ejército, para reclutar oficiales? No he hecho nada, por una razón sencilla. Si hago o pido algo colectivo, van a decir que estoy montando una revolución. Y yo no hago esas cosas. No voy a someter a mi institución a los peligros que correría por defender a una sola persona.

¿Le ha costado mantener al margen al Ejército? Mucho. Pero no quiero que nadie piense que me estoy defendiendo a costa del Ejército. Lo que sí he hecho es ayudar a mi institución. A la gente que puedo ayudarla, le ayudo. Al mismo general Hernán Gabrielli (general de la Fach acusado de torturar a prisioneros tras el golpe militar), por ejemplo. Le pedí a Hernán Briones (empresario, líder del sector más conservador de la Sofofa y presidente de la Fundación Pinochet) que viera quiénes estaban allá con él en el norte en esa época que quizás puedan hablar en su favor. Debe haber papeles antiguos.

¿El Ejército de Chile es, a su juicio, la misma institución que usted dejó el 10 de marzo de 1998? Sí. Nada más que ahora está sometida a presión. Tratan de dividirnos, pero no lo consiguen.

¿Se siente decepcionado por la falta de un apoyo más sólido? No. Yo conozco a mi gente. Me apoyan.

¿Usted realmente cree que el Ejército le ha dado todo el apoyo que a usted le hubiera gustado? Me ha dado grandes apoyos. Lo que pasa es que no todo lo hacen en público. Me dan gente que ayuda, me apoyan con abogados, Me han apoyado. Usted comprenderá que yo no voy a hablar mal del Ejército, en el que he estado tantos años.

Muchos creen que el Ejército se ha portado mal con usted Para mí el Ejército siempre va a ser bueno. Siempre voy a creer que su gente me ayuda. La lealtad es un requisito de todo soldado. Nunca me va a ver tratando con la punta del pie a una persona que ha sido leal conmigo. El hombre leal es el único que vale.

¿Han sido leales con usted sus ministros civiles, los empresarios que lograron enriquecerse gracias a lo que usted creó? Siempre fueron leales. Durante mi secuestro en Londres, siempre me ayudaron.

¿Cuántos de sus 150 ministros civiles llegan a saludarlo aquí a Bucalemu? Muchos vienen. Otros no pueden venir, y también hay algunos que no quieren y que no van a venir nunca. Hay un economista, Fernando Léniz. Ese no va a venir.

Pero los más importantes: Carlos Cáceres, Sergio Fernández, Sergio De Castro, José Cauas y otros de primera fila. Casi todos esos vienen. Y otros no, pero qué se la va hacer.

¿Y Hernán Büchi? Büchi sí. Me ha venido a ver aquí.

Hablemos del general Ricardo Izurieta. ¿Cree que ha sido leal con usted? No digo nada.

¿No se siente decepcionado de él? No, no.

¿Qué consejo le daría usted a los militares no sólo de hoy, sino del futuro, en caso de que se llegara a producir en Chile una situación como la que vivió usted en 1973? Yo les aconsejaría que llamaran al Consejo de Seguridad Nacional, y que allí expusieran las cartas libremente. Y que exigieran medidas para terminar el problema.

¿Cree que las Fuerzas Armadas han cambiado de mentalidad? No. Seguimos siendo los últimos garantes de la institucionalidad chilena. "Prats se sintió engañado"

¿El Presidente Salvador Allende se sintió decepcionado de usted...? Claro... (risas). Es que yo nunca le dije nada y fui el candidato a la comandancia en jefe de él. Le voy a decir una cosa que no la sabe nadie... ¿Sabe quién me recomendó con Allende? El Partido Comunista. Ellos sí que se equivocaron conmigo.

Yo creía que el que había sugerido su nombre era el general Carlos Prats... No tanto. El era muy desconfiado, no creo que haya sido él. Aunque quizás me miraba como un pobre tontón.

¿Usted tuvo algo que ver con la muerte del ex comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats? No tengo nada, nada, nada que ver con su muerte. Lo juro por la memoria de mis padres. Yo ayudé a Carlos Prats. Incluso desde abajo. Cuando el me entregaba el puesto de comandante en jefe, yo se lo devolvía igual. Podría haberme alzado, pero no lo hice, por lealtad. Prats después habló muchas cosas malas de mí, pero hasta entonces había un respeto mutuo.

Después, cuando se presentó el problema con las señoras de los militares que rodearon su casa y llegaron los carabineros, hubo un oficial que le faltó el respeto. Y yo ahí mismo lo eché. Más adelante, Prats entregó el Ejército muy amargado y triste.


Y cuando Allende me llamó a mí para nombrarme comandante en jefe, mi primera pregunta cuál fue: ¿Presidente, mi general Prats sabe lo que nosotros estamos hablando aquí? Sí, me dijo Allende, y está de acuerdo con esto. Cuando Prats dejó la institución lo insultaban, lo amenazaban con que lo iban a matar, mil cosas. Yo le pregunté, con un intermediario, si le gustaría irse a otra parte donde pudiera estar más tranquilo y no lo molestaran tanto.


El entonces me dijo que quería irse a Argentina. Entonces le dije que al otro día se iba. Avisé que le prepararan los carné de identidad, y le dije que iba a tener un helicóptero que lo iba a llevar a la frontera, y ahí te espera un auto y te lleva. Y así se hizo. Llegó el helicóptero y lo esperaba un auto. Entonces le dijimos: general, ¿No quiere que lo escoltemos hasta Buenos Aires? Y el respondió, molesto: no quiero nada. Después, acá, los militares le querían hacer un juicio, por traición a la patria. Yo tengo hasta guardado el oficio. Cuando lo mataron, yo traté de averiguar quiénes habían sido aquí, y de aquí no era nadie.

Si todo esto pasó en Argentina. Y yo cómo iba a mandar a averiguar allá, si más encima estábamos con problemas. Sus hijas se enojaron, y dicen que yo participé en el atentado.

A usted lo acusan de no haberle dado a Prats el pasaporte que él venía pidiendo, y que le hubiera permitido salir de Argentina. Eso me lo achacaron sus hijas. Pero se olvidan que él tenía pasaporte diplomático. Si había estado meses antes en Europa, visitando Rusia como comandante en jefe.

Antes de que él saliera del Ejército, ¿usted le contó lo que estaba pensando sobre Allende? Nunca. Por eso se sintió tanto: sintió que lo habían engañado.

¿Qué recuerda de la relación entre Prats y Allende? Prats quería que Allende lo dejara como su sucesor. Y creía a pie juntillas que lo iba a elegir a él como su sucesor.

Allende había logrado aproximarse muy bien a los altos mandos, no sólo a Prats. En el Ejército, en la Armada, en Carabineros. ¿Cómo se explica que un presidente socialista que quería dar un autogolpe lograra eso? Lo que pasa es que los militares son militares. Miran al Presidente como la autoridad máxima, y no se imaginan que pueda dar un autogolpe.

¿Qué porcentaje de oficiales tuvieron que sacar de las filas después del golpe, e incluso dejar detenidos? Yo tuve que sacar al coronel Efraín Jaña, de Talca. Y a unos cuatro o cinco generales más.

Usted se portó bien con su número dos, el general Orlando Urbina, del que muchos desconfiaban por su afinidad con Allende. Lo mandó el 10 de septiembre a Temuco, a inspeccionar unos equipos, para que no estuviera como jefe de Estado Mayor en Santiago. Sí, lo mandé a darse una vuelta al campo.(risas)

Su hijo (el general Javier Urbina) ahora es un general, miembro del alto mando. Sí. El golpe: "Acepté y le achunté"

Hablemos ahora del almirante José Toribio Merino Castro, su socio. A José Toribio lo conocí en el colegio en Valparaíso. Y lo encontraba el tipo más pesado que hay. De esos con la nariz corrida, hijo de un almirante, que miraba de arriba para abajo. Cuando los dos éramos oficiales, apenas nos topamos. Yo nunca le hablé a él, hasta que el 9 de septiembre me envió una carta pidiéndome apoyo (para derrocar a Allende). Decía que la Marina se iba a sublevar, con los Carabineros y la Fuerza Aérea. Ellos creían que iban a obtener fácilmente la victoria, y no era así. Por eso le acepté, y le achunté.

En la noche del 11, es el general de la Fach Gustavo Leigh quien se opone a que usted asuma el mando de la junta. El argumenta que tiene más antigüedad que usted. Pero yo le digo que la antigüedad que manda es la de las instituciones. Y que yo vengo del Ejército, que tiene más antigüedad que todas las demás. Estábamos solos con Leigh, y se produjo una discusión.

¿Merino se opuso alguna vez a que usted presidiera la Junta? No. Ni Merino ni Mendoza se opusieron nunca. Lo que pasa es que Leigh era muy especial. Tenía una ambición muy grande. Y sus asesores siempre le decían que era el inteligente del grupo, y el niño bonito de la Junta. Pero no voy a hablar mal de él, mire que está muerto.

Pero cuando Leigh argumenta que las Fuerzas Armadas tienen que devolver cuanto antes el poder a los civiles, no parece muy ambicioso. Cómo íbamos a devolver el poder si no habíamos solucionado los grandes problemas. Lo que pasa es que hay ambiciones que no se muestran.

Está claro que usted no era amigo de Leigh, y por lo visto tampoco de Merino. No. Pero después nos hicimos amigos con Merino. Nos empezamos a acordar del colegio, de Valparaíso. Había raíces que se podían activar.

Las malas lenguas dicen que usted terminó controlando y presidiendo la junta porque Merino no era muy bueno para trabajar... Claro. El no quería tener la agenda llena. El era marino no más, y los marinos piensan más en el mar que en la tierra.

Pero usted puso a muchos marinos en cargos importantes. Pero cuando los marinos se dieron cuenta de que los mandos militares tenían capacidad de sobra, y que habían hecho cursos, ahí se dieron cuenta de que tenían que poner el hombro. Los marinos son muy especiales, oiga.

¿Usted recuerda en qué momento decidió que pasaría un largo tiempo al mando del país? Porque ese no era el plan original. Cuando entramos a examinar la caja del Banco Central. Yo puse a trabajar intensamente ahí a varios oficiales, que me informaron que el Banco estaba totalmente quebrado. Cuando veía los problemas agrario o ferroviario, o cuando llegaban los trabajadores queriendo hacer crujir el buque. Todas esas cosas nos hacían pensar cómo vamos a arreglar esta cosa. ¿Cómo lo vamos a dejar así? Ni que nos hubiéramos arrepentido de haber sacado a Allende. Había que arreglar el buque, o al menos calafatearlo.

¿Cómo vivió el proceso de pasar a ser Presidente, que le consumía gran parte de su tiempo, y dejar de ser en el día a día el comandante en jefe? Lo primero que pasó fue que se indignó Leigh, porque yo le dije soy Presidente de la República. Le había tocado la fibra sensible.

¿A usted le pasó por la mente la posibilidad de dejar el poder en 1980? Sí. Muchas veces.

Es decir, consideró la posibilidad de retirarse. Yo enfrenté la posibilidad de irme. Yo no quería gobernar contra la voluntad del pueblo, porque siempre he sabido que eso termina mal. Pero más tarde llegaron los resultados del plebiscito, en el que obtuve el 43%. Y dije, 'bueno, entonces me quedo en la comandancia en jefe'. Pero la posibilidad de alejarme me pasó muchas veces por la mente.

La ceremonia en que usted dejó la comandancia en jefe en 1998 se llamó Misión Cumplida. ¿Habría sido posible decir misión cumplida en 1980? No. Había muchas medidas económicas que no estaban listas. Faltaba afianzar la libertad económica. En Chile la economía socialista fijaba hasta los precios. Costó mucho convencer a la gente de que era mejor la libertad. Los comerciantes se quejaban, porque hasta entonces habían hecho fortunas. Compraban a 10 y vendían a 20, porque los precios los reajustaban.

Hermógenes Pérez de Arce habla siempre del "pago de Chile". ¿Cree que los chilenos han sido capaces de evaluar lo que usted hizo y valorar, por ejemplo, lo que significa el libre mercado? Cuando se dieron cuenta de las ventajas del mercado, yo creo que sí. Se dieron cuenta de que los productos eran mejores, que había competencia, que el producto que se vendía era el mejor y el más barato. "Aylwin es un desgraciado"

Al ex Presidente Patricio Aylwin usted lo conoce desde hace mucho tiempo. ¿Qué opinión se ha formado de él? El peor presidente que ha tenido Chile.

¿Y qué piensa, en retrospectiva, del ex Presidente Eduardo Frei? Es que Frei era inofensivo. Aylwin hacía daño.

Pero usted conocía a Aylwin desde hace décadas. Yo lo conocí mientras pololeábamos con la Lucía. El era del mismo grupo y pololeaba con una chiquilla, que en paz descanse, que se llamaba Delia Urrutia, que era estudiante de Leyes. Se tomaban la mano y hablaban de pura filosofía (risas).

Aylwin, que en septiembre de 1973 justificó el Golpe, ¿fue alguna vez a hablar con usted durante el gobierno militar? No. Aylwin operó siempre con la DC para dañar mi gobierno.

¿Por qué cree que Aylwin le tenía tanto rencor? Porque es un desgraciado.

¿Es cierto que en su primera reunión con él, cuando usted era comandante en jefe y Aylwin Presidente, le pidió que le entregara su cargo? Sí. Pero yo le dije no voy a entregar el mando, porque aquí hago más favor que afuera.

Luego tuvo que entenderse con el ministro de Defensa, Patricio Rojas, con el que nunca se llevó bien. Yo creo que Aylwin lo puso ahí sólo para hostigarme. Yo una vez me cansé y le dije: "Usted, que cree que sabe todo, es un ignorante, ministro". No nos podíamos ver. Después le dije a Aylwin: "Si usted me sigue pidiendo que venga a conversar con Rojas, no voy a venir más, Presidente. Ni a la fuerza voy a venir", le dije.

Aylwin convocó a la comisión Rettig y después tomó una serie de acciones contra los miembros de las Fuerzas Armadas involucrados en casos de violación a los derechos humanos. No crea. Si él era bien manso con nosotros.

¿Cómo fueron sus relaciones con Frei? Es que Frei no hablaba. Uno iba a darle cuenta de una situación, se quedaba callado y después decía que lo iba a pensar y que daría una respuesta.

¿Sintió alguna vez que tenía que doblegarse contra alguno de los dos, Aylwin y Frei? No. Nunca tuve que pasar a llevar mi dignidad.

¿Le molestó que Frei no pasara en alguno de sus viajes a Europa a verlo a Londres? No. Típico de él, pues. No me hirió eso: cuando un chiquillo es tonto y hace una maldad, yo no le pego.

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